23.1.09

Artículo de opinión. La escuela y el maestro


Por Francisco Sanchis Gadea

La escuela y el maestro constituyen dos realidades sociales que han estado presentes desde los inicios de la historia y son, en esencia, los pilares fundamentales e irreemplazables para la formación de las personas.

Uno de los periodos estelares de la vida lo constituye nuestra estancia en la escuela. Ha sido y será ese lugar donde se adquieren los primeros hábitos y normas fundamentales pero también se aprende a comprender, estimar y transmitir esos conocimientos; entorno donde el maestro enseña a leer y escribir, a ser y convivir en sociedad.

Tras finalizar su etapa escolar, los jóvenes deben empezar a sentirse, vocacionalmente, maduros, saber lo que desean y lo que no pueden hacer en la vida y, en consecuencia, estar capacitados para decidirse a emprender, a medio plazo, un determinado camino.

Con el paso de los años aquel espacio estelar se convierte en uno de los más predilectos para el recuerdo. Retornar a la infancia y juventud enciende la luz de la nostalgia. Es esa añoranza en aquellos años escolares, de recuerdos dulces, lo que se manifiesta en la memoria de las personas y, también, en la memoria literaria de los pueblos. Cada persona ha vivido esos momentos con fruición pues establecieron las bases de su formación.

Un relevante político y eminente pedagogo, natural de esta comarca de la Marina Baixa, alma mater de la reforma educativa más importante aplicada en este país, afirmaba que toda aspiración política, en materia de enseñanza, pasaba por el maestro que debía hacer el esfuerzo más exquisito del que fuera capaz al servicio de un ideal lleno de austeridad y de sentido humano. La figura del maestro de escuela, en la sociedad actual, suscita diversas interpretaciones, generando simpatías puntuales y atribuyéndosele una cierta pusilanimidad.

Toda generalización acarrea injusticia pero se me antoja que no reciben un reconocimiento efectivo por su meritoria labor social de enseñar y educar; consideración que debe provenir de todas las esferas sociales, principalmente los propios padres, en ocasiones, desconocedores del hecho educativo y antagonistas con su labor pedagógica aunque es cierto que se adolece, en cierta modo, del principio de autoridad que debe subsanarse con el indiscutible apoyo a estos profesionales para que puedan ejercer su autoridad.

La amabilidad, personalidad y la dedicación son singularidades fundamentales que deben prevalecer en estos docentes pues no hay profesión buena ni profesión mala, la vocación es la gran razón para que resulte grata o ingrata una determinada tarea. Frente ante cualquier debate político o religioso sobre los criterios de la enseñanza, los procedimientos pedagógicos o las condiciones e infraestructuras de los centros escolares, elogiamos la vocación y entrega de estos profesionales, llamados de la esperanza, comprometidos con la docencia más allá de la renumeración económica que, en ocasiones, es injusta.

La finalidad de la verdadera educación consiste no solo en hacer que la gente realice lo que es correcto sino que disfrute haciéndolo, no solo en formar personas trabajadoras sino personas que estimen su trabajo, no solo en instruir individuos con conocimientos sino tener amor al conocimiento.

Resulta paradójico que la cultura haya conseguido cotas inimaginables con la producción de sofisticados ingenios para grandes eventos lucrativos y sin embargo no se dote, eficazmente, a todos los centros escolares ni se pueda proveer de las imprescindibles becas de estudio para los no pudientes. En este sentido se puede afirmar que la sociedad tiene una asignatura pendiente.

La educación es una prioridad, la jácena de las políticas sociales que, al desarrollarlas, se traducen en el estado del bienestar y es cierto que un sistema educativo digno debe tratar de alcanzar una enseñanza de calidad, valorar a los maestros, dotar de infraestructuras a los centros escolares existentes y crear otros nuevos. La escuela inclusiva que considera a todas las personas con los mismos derechos primando la aptitud y vocación sobre cualquier otra disponibilidad, es una concepción que se corresponde con el existente modelo educativo público y se pretende, con las imprescindibles mejoras, que siga existiendo.

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