28.5.09

Actualidad religiosa. Solemnidad de Pentecostés, 2009


Por Javier García Barrera, CORC, Párroco

Juan Pablo II presentaba en Christifideles laici y en Novo millennio ineunte un conjunto de propuestas que la Iglesia y, de modo especial los cristianos laicos, “como nuevos protagonistas en las fronteras de la historia”, deberían asumir como un servicio a la persona y a la sociedad en virtud de su “índole secular”. Estas propuestas siguen teniendo plena vigencia y actualidad. Entres ellas, cabe destacar la misión de ayudar a cada ser humano a descubrir su dignidad inviolable, la de exigir el respeto de los derechos humanos. Entre estos derechos podríamos destacar el derecho sagrado a la vida desde la concepción a la muerte natural, el derecho a la libertad religiosa y de conciencia, el derecho al trabajo y a una vivienda digna... El reconocimiento efectivo de estos derechos está entre los bienes más altos y los deberes más graves de todo pueblo que verdaderamente quiera asegurar el bien de la persona y de la sociedad.
Juntamente con la defensa de estos derechos de la persona, los cristianos laicos no deben olvidar que la defensa y la promoción del matrimonio cristiano y de la familia constituyen el primer campo para su compromiso social, teniendo en cuenta el valor único e insustituible de la familia para el desarrollo de la sociedad y de la misma Iglesia. Por otra parte, ante los problemas provocados por el desequilibrio ecológico, que puede hacer inhabitables determinadas zonas del planeta, o ante los problemas de la paz constantemente amenazada por el afán de poder, por el terrorismo y por las guerras, los cristianos no podemos cerrar los ojos ni mirar en otra dirección.
En este momento de crisis económica, que afecta de un modo especial a los más desfavorecidos de la sociedad, es preciso que todos los cristianos denunciemos las injusticias sociales, busquemos el bien común e impulsemos el compromiso caritativo de todos los miembros del pueblo de Dios, como alma y apoyo de la solidaridad para con los más necesitados. Hemos de tener muy claro que no actuamos nunca en nombre propio, sino en nombre del Señor.

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