24.3.10

La Veu del Poble. MIGUEL HERNÁNDEZ

Por Francisco Sanchis Gadea

Miguel Hernández Gilabert nació en Orihuela, 30 de octubre de 1910, en el seno de una familia de campesinos. Desempeñó, entre otros oficios, el de pastor de cabras. Guiado por Ramón Sijé se inicio en la poesía desde los veinte años. El 13 de enero de 1930 publicó su primer poema, “pastoril”, en el diario “El pueblo” de Orihuela que tendría su continuidad con la inserción de la “La bendita tierra” y otros poemas en el periódico “El día” de Alicante. Su entusiasmo y los éxitos cosechados le animaron a emprender su primer viaje, noviembre de 1931, a Madrid. Sus escasos recursos económicos y la falta de apoyos le obligan a regresar, pronto, a Orihuela. En enero de 1933 ve publicado en Murcia su primer libro, “Perito en lunas” en cuyo contenido manifiesta la naturaleza de la tierra oriolana.
En 1934 realiza su segundo viaje a la capital y principia a relacionarse con grandes poetas como Rafael Alberti, Vicente Aleixandre y Pablo Neruda. Colabora en el Patronato de las Misiones Pedagógicas llevando educación y cultura a los pueblos aislados de la España rural.
A inicios de 1936 se edita su libro de poemas más significativo, “El rayo que no cesa”, experiencia amorosa del poeta, que ilustró, su buen amigo, el pintor alcoyano Miguel Abad Miró; artista que diseñaría, dos décadas más tarde, la Casa de Sigüenza en Polop.
Al estallar la guerra civil contaba en su haber varios libros colaborados en publicaciones de Alicante, Murcia y Madrid adquiriendo un gran prestigio literario. Su inspiración en las poesías se debe a su entorno, la huerta y las montañas alicantinas. Se afilió al Partido Comunista combatiendo voluntariamente en la defensa de la República, primeramente como soldado a las órdenes de Valentín González, “el Campesino” en los alrededores de la capital y después como poeta arengando a las tropas. Fue nombrado Comisario de Cultura y destinado al “Altavoz de Frente”.
Según él, escribir era una necesidad y no encontraba remedio para no escribir. Sus últimas poesías, insertas en los diarios, recogen las impresiones de la guerra que se libra en España, su compromiso con la libertad y la justicia. Contrae matrimonio, 9 de marzo de 1937, con Josefina Manresa y recibe, meses más tarde, su primer y único homenaje público, en vida, en el Ateneo de Alicante.
Al finalizar la contienda intenta huir a Portugal pero es detenido en Rosal de la Frontera (Huelva). Puesto en libertad a los pocos días, fue detenido, de nuevo, 29 de noviembre de 1939, al llegar a su ciudad natal. Tras peregrinar por diversas cárceles, un consejo de guerra, enero de 1940, le condena a muerte conmutada por 30 años de reclusión mayor. El 28 de enero de 1941 es conducido al Reformatorio de Adultos de Alicante donde enferma, gravemente, debido a una afección pulmonar. Algunos amigos intentan interceder por él ante las autoridades solicitando clemencia por su precario estado de salud pero tan solo consiguen reiterados silencios.
En febrero de 1942 fue detenido en Polop el dirigente socialista y escritor Joaquín Fuster Pérez; condenado a 20 años de prisión, ingresó en la enfermería del Reformatorio de Adultos coincidiendo con un moribundo Miguel Hernández que apenas balbuceaba algunas palabras.
El poeta falleció el 28 de marzo de 1942. Fue enterrado en un nicho alquilado del cementerio de Nuestra Señora del Remedio de Alicante cuya lápida dibujó Miguel Abad. Una modesta suscripción popular logró su adquisición y evitó que sus restos fueran depositados en una fosa común.
La muerte de Miguel no fue noticia para ningún medio de comunicación. Se impuso un mutismo general en toda España sobre su vida y obra. Un injusto silencio solo roto por algunos escritores alicantinos -principalmente Miguel Molina y Vicente Ramos- que sorteando serios peligros en esas décadas de los años cuarenta y cincuenta se mantuvieron fieles a su nombre y a su obra. Afrontaron la peligrosa tarea de -en ocasiones declarada propaganda subversiva- publicar algunas de sus obras. Publicaciones y cuadernos literarios como “Intimidad Poética”, “Verbo” o “Mensaje Literario”, mantuvieron viva la llama hernandiana.
Cerca el aniversario de su natalicio se preparan merecidos homenajes. Algunos se apresuran a ocupar las primeras filas del hernandismo cuando hace algunos años desconocían u olvidaban a uno de los poetas y dramaturgos más relevantes en la literatura española del siglo XX encuadrado en la llamada generación del 36.

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