1.9.11

Memoria de un exiliado

Por Francisco Sanchis Gadea

Al recordar y recuperar la memoria del exilio republicano se desarrolla la teoría de la Ley de Memoria Histórica que en su principio generador trata de evidenciar una serie de aspectos humanos, políticos y culturales que deben posibilitar el reconocimiento de unas personas, hechos y valores. Es necesaria la tolerancia para vivir el presente y planificar el futuro, con esperanza, sin olvidar el pasado reciente de este país.
De la esperanza con el advenimiento de la II República se pasó a la tragedia. Tras finalizar la guerra civil, miles de españoles, tuvieron que abandonar su país con el peligro de sus vidas y un futuro incierto. El éxodo a Francia y al norte de África fue dramático.
Los acontecimientos que se sucedían en Europa fueron consecuencia de que una gran parte de los refugiados volvieran a emigrar a países latinoamericanos ayudados por los servicios de evacuación. México, Argentina, Puerto Rico y Colombia fueron países de acogida.
La emigración a Colombia no fue numerosa, al no abrirse generosamente las puertas, aunque si relevante. El Gobierno liberal de Eduardo Santos trazó una peculiar política de inmigración que permitió acoger a personas, en su mayoría, de reconocida valía intelectual y científica con la finalidad de contribuir a la prosperidad económica, cultural y educativa del país suramericano; ilustres exiliados españoles en Colombia fueron, entre otros, el jurista José Prat, el catedrático Luís de Zulueta, el traumatólogo Fernando Trias y el periodista Antonio Escribano.
Antonio Escribano Belmonte nació en Chinchilla, 1913, aunque vivió en Elda, trabajando como cortador de calzado. Abrigó desde muy joven convicciones ideológicas que le llevaron a ingresar en las Juventudes Socialistas llegando a ostentar responsabilidades políticas pues fue su secretario general en la provincia de Alicante.
Sus primeros pasos en el periodismo los dio en la revista <>; iniciada la contienda colaboró en el diario alicantino <> y destacó como jefe de prensa del ejercito del Centro dirigiendo <>, diario de los comisarios de guerra.
No fue partidario de la unificación, abril de 1936, de las juventudes socialistas y comunistas bajo la denominación de Juventudes Socialistas Unificas, JSU, organismo influenciado por los comunistas y aceptado en beneficio del esfuerzo de guerra. Como un “experimento desgraciado” calificó dicha fusión, dimitiendo, mayo de 1937, del comité nacional. A raíz del golpe de Casado, junto con otros miembros, formó una nueva federación socialista.
Al concluir la conflagración, marzo de 1939, creyó oportuno abandonar su país dirigiéndose al puerto de Alicante donde logró embarcar con un equipaje de recuerdos y temores en el carguero inglés, Stambrook, que zarpó con destino a Orán al anochecer del 28 de marzo. A su llegada, tras una incierta travesía, fue recluido en un campo de concentración. Recobrada la libertad consiguió un visado para Colombia. Vivió en Santa Marta y finalmente se asentó en Barranquilla. Los primeros años del exilio tuvo que rehacer su vida, en difíciles circunstancias, aportando sus dotes literarias. Colaboraba en la revista socialista <>, que había impulsado en México Luís Deltell, y durante muchos años mantuvo una columna titulada el <> en el <>, diario liberal de la ciudad de Barranquilla.
Además de sus tareas cotidianas, continúo con su actividad política pues mantenía correspondencia con la comisión ejecutiva, en el exilio, del partido Socialista. Participó en la vida cultural de Barranquilla relacionándose con la poeta Olga Chams, el escritor Félix de Fuenmayor y otros intelectuales con los que compartía tertulias literarias y periodísticas.
Regresó a España, durante la transición, para visitar a ciertos amigos pero Colombia significó su hogar definitivo falleciendo, 1980, en ese país que le acogió y le ofreció tanta generosidad. Mi interés en analizar los avatares protagonizados por este exiliado alicantino en aquel país me llevó a contactar, mediante las nuevas tecnologías, con centros culturales sin resultados concretos. Encontrándome un día del último verano en el complejo deportivo me dieron aviso de que preguntaban por mí. Se trataba de la responsable del Centro Cultural del Atlántico que se encontraba de visita en nuestro país. Mujer decidida que me transmitió los saludos de la familia Escribano. Estuvimos conversando, por las calles del casco antiguo, de los países que acogieron aquel exilio y les ofrecieron un mundo de esperanza y remanso de paz.

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